A la hora de enseñar, es conocido por todos que los docentes utilizan la lectura o narración de cuentos como una estrategia metodológica, pero ¿eso es todo lo que los cuentos tienen para ofrecer? La cuestión del cómo enseñar –la metodología– se ha convertido en una de las principales preocupaciones de los docentes; sin embargo, el qué enseñar –el contenido– es lo que da sentido a la tarea educativa.
J. R. R. Tolkien, famoso escritor y filólogo inglés, autor de la conocida obra El señor de los anillos, decía que “ancho, alto y profundo es el reino de los cuentos de hadas, y lleno todo él de cosas diversas”. Si bien es cierto, las historias permiten trabajar la cronología y la ubicación temporal, además de la memoria y el vocabulario; su alcance real no queda allí, sino que se acerca a ese vasto mundo que el mencionado autor describe.
Hogueras imaginarias que iluminan los misterios ocultos en la realidad
Haciendo propia una metáfora utilizada por Nicolas Kotar, autor contemporáneo de historias de fantasía, decimos que los cuentos son como esas chispas que vuelan de una hoguera e iluminan la oscuridad. Nuestra cotidianidad, usualmente marcada por grisácea rutina, se ve iluminada muchas veces por historias que vuelan directamente del corazón de la gente, de sus amores y odios, de sus miedos y esperanzas.
En el fondo, los cuentos en general –y los cuentos de hadas en particular– son tan importantes en nuestra dinámica formativa, principalmente porque hablan de aquellas dimensiones más esenciales e importantes de nuestra vida, es decir, nos ponen en contacto con nuestra naturaleza humana.
En ese sentido, estas historias brindan la posibilidad de goce, de disfrute, de visión de lo auténticamente real, como epifanía de lo trascendente y eterno. Sin dudas, hay algo misterioso y profundo que se encuentra en estas historias que tienen un encanto perenne y perviven cargadas de sentido.
Historias que revelan la riqueza de nuestra identidad
El poder de estas historias es que nos ayudan a descubrir los anhelos más profundos del alma, nos permiten descubrir quiénes somos, cuáles son nuestras fortalezas y debilidades. Los cuentos revelan, es decir, corren el velo y muestran aquello que no vemos a simple vista, sino que se encuentra más allá, en los abismos de lo maravilloso.
Pensemos en algunos ejemplos: La Cenicienta, de Perrault; El Patito feo, de Andersen; Blancanieves o La Bella Durmiente, de los Hermanos Grimm; El príncipe feliz, de Oscar Wilde; o hasta El Señor de los Anillos, de Tolkien. ¿No tratan sobre el dolor humano, la tristeza, la soledad, el odio, el miedo? Y por otro lado, ¿no hablan de la esperanza, el amor, la amistad, la nobleza, el heroísmo, la felicidad?
Herramientas que forjan nuestra personalidad
Ahora bien, como dice Miguel Ángel Caminos, autor especialista en educación, “un libro podrá vivir en el corazón de un alumno si antes vivió en el de su profesor”. Por ello es clave, que los procesos formativos sucedan también en los propios profesores.
Si un docente no es capaz de encontrar la grandeza y profundidad que los cuentos tienen y apreciar la realidad más allá del significado inmediato, tampoco lo harán sus alumnos, y el acercamiento a estas historias puede resultar desilusionante.
C.S. Lewis decía sobre los hechizos en los cuentos de hadas, que, si bien pueden usarse para librarse de los encantamientos, también pueden utilizarse para provocarlos. Hagamos de los cuentos, herramientas que permitan un encuentro con lo más auténtico de nosotros mismos.
Autor: Ana C. Galiano Moyano
Mgtr. en Investigación aplicada a la Educación
Directora de la Escuela Profesional de Educación Universidad Católica San Pablo