Lecciones de la Pascua para aquellos con el corazón (muy) roto
Semana Santa siempre es una experiencia muy intensa en la vida de los cristianos. Señala una y otra vez que nuestro camino es la Cruz – que puede traer dolor o tristeza -, ¡pero que ya vivimos la Victoria de la Resurrección!
La vida cristiana no se trata de aprender una teoría, sino de una relación íntima de amistad con Jesucristo, quien murió y resucitó glorioso. Ese es precisamente el Misterio Pascual.
Nos enseña que la fe tampoco se puede restringir a una serie de normas o conductas éticas; al contrario, se fundamenta en el tan conocido mandamiento del amor que nos deja el Señor como su precioso Testamento espiritual el día de la Última Cena.
Nos lo deja estampado cual aurora luciente en su entrega amorosa hasta el extremo, en la Cruz.
En los días centrales de la Semana Santa (el Triduo Pascual), Cristo nos enseña colgado de la Cruz que lo único que da sentido a nuestras vidas es la vivencia del Amor. Para eso, debemos estar dispuestos a asumir el sufrimiento hasta las últimas consecuencias y entregar nuestra vida para el bien de los demás.
Su victoria después de tres días de muerto – la Resurrección – nos señala que el Amor es más fuerte que el odio. Junto con Él, podemos transformar el sufrimiento en un camino de Amor.
La experiencia del sufrimiento
La vida implica sufrimiento. Es más, diría que la vida es sufrimiento. Por supuesto, tiene cosas maravillosas y experiencias que nunca quisiéramos olvidarnos. Pero, con una mirada realista y con los pies muy bien puestos en la tierra, debemos reconocer que está plagada de momentos de dolor y de tristeza.
Está entretejida de cruces que nos hacen sufrir a algunos más que otros. Pero, para todos, es una experiencia que hiere profundamente el corazón.
La pregunta es: ¿cómo aprendemos a aceptar, incorporar y a vivir con esa realidad dura que muchas veces nos desencaja y nos hace perder la brújula en nuestro peregrinar?
Uno podría caer en el error de decir que la Verdad de la Resurrección – que tan hermosamente hemos descrito algunas líneas arribas – no se hace realidad en nuestra vida actual.
Desde ya, afirmo que es una rotunda mentira. Pero debemos avanzar paso a paso si queremos comprender cómo compaginar el sufrimiento, que sigue campando por doquier, con la Verdad de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Pongamos nombre a la tristeza, al dolor, al sufrimiento
No se trata de ser trágicos y tremendistas, pero sí de ver las cosas como son. Sufrimos por problemas conyugales o dificultades en la educación con nuestros hijos. Sufrimos por enfermedades que pueden darse en nuestra dimensión física o a nivel psicológico o psiquiátrico.
Hay algunas tristezas pasajeras y otras penas que debemos aprender a cargarlas toda la vida, por lo crónicas que son. También nos pesa la muerte de familiares muy cercanos o amigos; nos causan un profundo sufrimiento y son motivo de un duelo difícil de digerir.
Podemos también caer en experiencias de vacío existencial, angustias y problemas de ansiedad, así como la depresión o niveles de estrés que no nos permiten tener una vida tranquila. Estamos todo el tiempo sobreviviendo a cargas que nos parecen muy difíciles de llevar.
O problemas sociales, como las guerras que presenciamos en Ucrania – entre Croacia y Rusia –, o la pobreza y miseria en la que vive gran parte de la población mundial. Finalmente, pero no por eso menos difícil de enfrentar, están nuestras propias miserias y fragilidades personales, que nos cuestan mucho aceptar.
Esa «pata coja» que tenemos o ese pecado que siempre confesamos. Ese lado oscuro que habita en nuestros corazones y nos hace difícil mirarnos en el espejo para confrontarnos con nuestra propia identidad.
No es fácil reconocer que tenemos un lado que inclina la balanza hacia la maldad. Tenemos que decirlo con mucha claridad, si no, nunca lo vamos a cambiar.
La perspectiva cristiana del sufrimiento
Suficiente con el relato que hice de las cruces que muchos tenemos que aprender a cargar. No podemos hacernos la víctima del sufrimiento. Dejemos de buscar excusas y culpar siempre a otros, si es que – incluso – no lo culpamos a Dios, cuando es el único que realmente no tiene ninguna culpa en todo este caos que vivimos.
¡Entremos a la cancha y juguemos el partido de la vida! Motivados, justamente, por la Verdad de la Resurrección. Busquemos hacer los cambios de mentalidad necesarios para enfrentar con valentía y con la ayuda de la gracia de Dios las distintas adversidades que a cada uno le toque (misteriosamente) vivir.
Es verdad que ya participamos de la Resurrección, pero mientras habitemos en este mundo seguiremos sufriendo las consecuencias del pecado.
Existe un camino claro para aquel que quiere vivir el sufrimiento de manera cristiana. Hay una perspectiva judaica, otra musulmana, una de acuerdo con la conocida Nueva Era, así como también aquellos que profesan la filosofía budista.
Nosotros cristianos estamos invitados a una relación personal con el Señor Jesús. Romano Guardini decía que lo esencial de la vida cristiana es la relación personal con Cristo.
Eso significa que acompañamos al Señor Jesús en las buenas y malas. En la alegría y la tristeza, Él quiere que lo sigamos con todo nuestro corazón. No podemos seguirlo solo con parte de nuestra vida. A eso se refiere cuando nos dice que «el que quiere seguirme que cargue su Cruz y me siga».
No porque quiere que suframos o que nos guste el dolor, o para que seamos unos masoquistas. La vida es así… y seguirlo implica cargar también nuestro sufrimiento junto con Él.
¿Está mal sentir tristeza? ¿Se puede aprender a sufrir bien?
Sufrir como cristianos no se trata de aprender la teoría de Cristo para sufrir. Como si fuera una receta mágica. Es dejarse acompañar por el Señor. Caminar y subir junto a su Cruz con nuestras propias cruces.
Además, Cristo hace algo que ninguna corriente psicológica – por más buena que sea – es capaz de hacer: transforma el sinsentido del sufrimiento en un camino de amor.
Eso lo hace en el punto más álgido de su vida. Nos muestra el Viernes de Pasión cómo nos amó hasta el extremo de entregar su vida en la Cruz.
Convierte ese madero de suplicio y señal de esclavitud en un madero que nos trae la Vida y la Resurrección. Con Cristo, el camino del sufrimiento se convierte en un camino para vivir el Amor.
Y, por lo tanto, para nuestra santificación. Eso significa superar la tristeza para sufrir como un cristiano.
Algunas verdades de nuestra fe
La Sagrada Escritura nos brinda muchas luces para este caminar. Creo que vale la pena alumbrar esta breve reflexión con algunas ideas que pueden enriquecer nuestra aproximación. Primero: «Venid a mí los que estáis tristes y agobiados (…) porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mateo 11, 28-30).
Acordémonos también de la cuarta bienaventuranza que tanta esperanza nos da: «Bienaventurados los que lloran y están agobiados, pues yo os consolaré» (Mateo 5, 5).
Por supuesto, ¡no somos felices porque lloramos y sufrimos! Lo somos porque, en nuestro sufrimiento, Él nos consuela y nos sana. Eso es motivo de alegría. Pero exige de nuestra parte abrir nuestro corazón y mostrarle al Señor nuestro dolor. Mostrarle lo que nos aqueja y nos hace sufrir. Normalmente, eso no le gusta a nadie, pero no hay otro camino.
Es necesario «abrir la llaga» si queremos que Cristo la sane con su Amor. Para curar una herida o sanar una enfermedad hay que acudir al médico y, luego de un diagnóstico certero, permitir que la medicina haga su cometido. Análogamente, lo mismo pasa con nuestro Señor.
Recordemos cuando San Pablo le reclama al Señor que le quite – tres veces le dice – el «aguijón de la carne» (2 Corintios 12, 7). Jesús le dice con mucho cariño que lo acepte y lo aprenda a asumir, pues solamente así puede manifestarse todo el poder de la Gloria de Dios.
San Pablo termina diciendo que muy gustosamente se gloría de su debilidad, pues ahí se manifiesta la fuerza de Dios.
Necesitamos abrir el corazón
Entonces, abramos nuestro corazón de par en par y dejemos que Jesús sane nuestras heridas. Duele, sufrimos… ¡es verdad! Pero es el camino de nuestra Salvación. Es el modo en que Dios puede manifestar en nuestra vida su Amor todopoderoso.
Les invito a que lean la carta apostólica de nuestro querido santo Papa Juan Pablo II, que escribía en su lecho del hospital, después de casi ser asesinado, que el camino del cristiano es una vocación al sufrimiento. Ya lo decíamos, haciendo referencia a tantos pasajes en los que Jesús nos invita a seguirlo cargando nuestra propia cruz.
Recuerdo unas palabras del obispo Munilla cuando decía que – parafraseándolo – es más fácil abrazar la cruz con Cristo, que arrastrarla solos. Por lo menos es mi propia experiencia.
Hasta el punto – dice el obispo – que llega un momento que la Cruz deja de ser Cruz, de tanto que nos habituamos a cargarla. La maldición se convierte en un camino de bendiciones.
Dios, a través de la Cruz, nos enseña, nos educa, nos regala una serie de talentos y virtudes que, de otra forma sería muy difícil, por no decir imposible, aprender a vivir. Creo que es la experiencia de cualquiera que haya pasado por tristeza y sufrimiento de la mano de Cristo y haya descubierto que algo nos quería enseñar. Un «para qué», más que entender el «por qué».
¿Tristeza o alegría?
Entonces, alegrémonos y exultemos. Gracias a Jesucristo, nuestro Señor, quien ha vencido la muerte y nos ha traído la Vida. Él nos ha mostrado que hay una manera cristiana de vivir el sufrimiento, convirtiéndolo en una obra maestra de Amor.
Si lo aprendemos a vivir de la mano de Cristo, entonces la Cruz se convierte en un camino de santificación. Ese es el camino de nuestra realización, de nuestra plenitud.
No estamos llamados al éxito, como cristianos. Estamos llamados a dar frutos de Amor, que son expresión de una vida de santidad. Los frutos solo pueden surgir cuando una semilla muere y nace una nueva planta, que luego dará su fruto maduro en esa flor que es el inicio de una nueva vida, si es que – valiéndome de la botánica – logra ser polinizada.
Podríamos hacer una analogía con el llamado que tenemos todos a la relación. Los frutos de santidad que Dios nos invita a cultivar brotan del encuentro entre personas. Esa relación, ese encuentro en el amor, da frutos de santidad.
Pero todo ello es imposible si no aprendemos a vivir en esta vida que está todavía marcada por el dolor. La consciencia que tenemos de las cosas que nos duelen, sea lo que sea, nos provoca tristeza, nos hacen sufrir.
Esa misma experiencia de sufrimiento ya es algo que nos remite a la trascendencia y a una realidad sobrenatural, que si sabemos encaminarla hacia el Amor que vive Cristo en la Cruz, entonces nos conduce a la Gloria de la Resurrección. Así que, ¡ánimo!
Alégrense porque Cristo ya venció a la muerte y el pecado ya no tiene poder sobre nosotros. Repercute y chicotea tratando de enredarnos, pero si estamos aferrados al yugo del Señor, entonces es un sufrimiento que rinde frutos de amor, de vida y de santidad.
Y tú, ¿has experimentado cómo la tristeza se puede convertir en gozo cuando se vive junto a Dios? ¡Cuéntanos en los comentarios tu experiencia!
Autor: Pablo Perazzo (Catholic-Link)