Las lluvias de verano siempre me recuerdan que vivo en un país tropical lejos de mi querida tierra. El sol intenso y el calor sofocante se equilibran cuando las intensas lluvias refrescan el ambiente.
Recuerdo el primer día que lo vi. Su tímida mirada llamó mi atención halagando mi ego… Era un día de verano. Sin embargo, los veinticinco veranos solo comenzaron a contar desde aquel día de febrero que, vestida de blanco entré a la iglesia para juntos elevar nuestro amor a Dios en el altar.
Empezando juntos una nueva aventura
También era verano cuando, en el zaguán de un aeropuerto, empujando el cochecito de mi hijito mayor, esperábamos la llamada del avión, para ir a su encuentro, rumbo a lo desconocido.
El calor y las lluvias acompañaron y marcaron la pauta de una relación que fue madurando con el tiempo en medio de las necesidades, la soledad, los desafíos y las pequeñas grandes alegrías que, como la lluvia, equilibraban nuestra vida.
Hoy nos miramos y nos reconocemos, somos los mismos y a la vez diferentes de los que se conocieron en aquel pequeño palco improvisado donde él tocaba el charango y yo era una simple espectadora.
Yo tengo el cabello blanco y él luce una barba que a mis ojos lo hace más atractivo. Algunos de nuestros vicios de carácter están comenzando a aparecer con más frecuencia, pero tenemos la seguridad de que cualquier tensión que por eso aparezca siempre será pasajera si lo comparamos con los muchos desafíos que ya vivimos.
Nuestro amor, es un amor humano, bendecido y sustentado por la Gracia Divina. No tengo ninguna receta para decir como hemos podido llegar a estos veinticinco años…
La fidelidad se construye día a día
A mi memoria viene el recuerdo de mis papás celebrando sus bodas de plata radiantes de alegría, como también viene el recuerdo de verlos, ya ancianos, caminando uno al lado del otro, cogidos del brazo, para no perder el equilibro que los problemas reumáticos les provocaba.
Hoy sentado, con la lluvia mojando los cristales de las ventanas y resonando como un eco, lo miro emocionada sin que se dé cuenta.
Nuestros veinticinco años representan el inicio de una vivencia de comunión mayor, en el cual la belleza y la vitalidad de la juventud darán paso a una realidad hermosa con un matiz diferente…
Autor: Martha Palma Melena