¿Por qué celebramos la Navidad? La Real Academia Española define «Navidad» como: «Día en que se celebra el nacimiento de Jesús». Si leyeron con atención mi pregunta, no escribí «¿Qué celebramos?», sino «¿Por qué celebramos?».
Lo hice a propósito, pues —seguramente—, aunque la mayoría se pierda entre las compras de los regalos, la comida, los adornos y el árbol. Los cafés, almuerzos y cenas con los amigos del colegio y del trabajo… Algunos más conscientes, otros menos, sabemos o recordamos que celebramos el nacimiento del Niño Jesús.
La pregunta que me parece más importante es el ¿por qué? Sobre esto quiero hacer una reflexión muy cristiana, que creo nos ayudará a entender mejor, porque aunque no estén con nosotros esos familiares muy cercanos, o mejores amigos, estos días de Navidad no deben ser un tiempo de nostalgia o tristeza, sino de alegría.
El video que te comparto a continuación lleva como título «La Navidad es para niños. Entonces es para todos nosotros». Al verlo pensé en esa famosa frase que dice «lo último que se pierde es la esperanza». Así deben ser estas fechas, no importa si somos grandes o chicos, la felicidad por el nacimiento del Niño Jesús debe llenarnos de gozo. Debe dejarnos a todos el corazón repleto de esperanza.
Penny - Forever Young from Alter Ego Inc on Vimeo.
La vida de Jesús es un solo misterio
Nuestra fe católica no es solamente una suerte de creencia, recibida como herencia familiar o enseñada en el colegio religioso en el que hemos estudiado. Se fundamenta en el hecho histórico del nacimiento misterioso, de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que se hace carne, por obra del Espíritu Santo, en el vientre virginal de Santa María.
Eso lo sabemos por las Sagradas Escrituras, y la tradición oral —que es el mensaje transmitido de «boca en boca», que nos llega desde los tiempos de Jesús, hasta nuestros días— compartida de generación en generación, y custodiada por la Santa Madre Iglesia.
Al contemplar esa «Nueva Creación» —como lo menciona san Juan, en el prólogo de su Evangelio— que es la luz, que vino a iluminar este mundo de tinieblas, no podemos dejar de pensar en la razón por la que el Padre, desde antes de la Creación, tenía designado en sus planes de amor, la Encarnación de su Hijo en nuestra historia humana.
Sabemos por la Revelación, que nuestros primeros padres se dejaron engañar por la serpiente, y rompieron ese Plan hermosísimo y maravilloso de Dios Padre. No obstante, Dios no se deja vencer por el mal, y fiel a su Creación, manifiesta su amor creador, con una potencia aún más inconcebible, y en un arranque aún más misterioso de misericordia, concibe una mujer, sin pecado original, para que pise con su talón la cabeza de la serpiente, mientras ella hiere su calcañar.
El Hijo de Dios, engendrado en el seno de María, no solo vino a mostrarnos la grandeza de la vocación a la cual el Padre nos había creado, sino a redimirnos del pecado. Su Nacimiento —que vamos a celebrar esta Navidad— ya es el cumplimiento de las promesas que vienen desde el Antiguo Testamento.
Vendrá un Mesías, que nos liberará de la culpa de nuestros pecados. Cuando miramos al Niño Jesús, miramos también Aquél que nos salvó del pecado, por medio de su muerte y resurrección en la cruz. Estamos hablando de la misma persona. Quiso nacer como cualquiera de nosotros, y así mismo, morir y sufrir como cualquiera de nosotros.
Mirar el humilde y tierno nacimiento del Niño Jesús, es también —lo sabemos por fe— creer que ese Niño, venció el pecado y la muerte. Jesús es una sola persona, un solo misterio, una sola luz que iluminó la historia de la humanidad.
La esperanza no falla
El video me parece conmovedor pues vemos cómo el tiempo pasa. Cómo esos niños se convierten en abuelos, pero permanece la alegría. Lo vemos claramente en sus caras. Para nosotros cristianos, el tiempo en esta Tierra es un peregrinar. Estamos de paso, y nuestra patria es el Reino Eterno.
Esta Tierra es solo un tiempo que pasa, «vanidad de vanidades». No pongamos nuestras esperanzas aquí. Todo esto se termina, solo queda el amor. El amor que nos mostró ese Niño Jesús, cuando 33 años más tarde, murió y resucitó al tercer día. Esa prueba de amor incomparable es la certeza de nuestra fe, lo dice también san Pablo.
Por eso, cuando celebremos en pocos días la Navidad… en estos días en que recordamos con más intensidad a nuestros seres queridos, no nos dejemos vencer por la tristeza o depresión. Recordémonos que ese Niño que nació en el pesebre, ya venció la oscuridad.
Ya nos trajo la verdadera vida. Ya nos mostró el camino de la felicidad. Si nos alegramos por el nacimiento del Niño Dios, también es motivo para alegrarnos por nuestros seres queridos, que compartiendo la misma fe que nosotros, ya participan de la vida eterna, gracias a los méritos de Cristo Jesús.
No podemos impedir que nos venga la tristeza o la nostalgia. No podemos tapar el posible «vacío interior» que nos dejó la partida de nuestro ser querido. Eso, naturalmente, sería una ingenuidad de mi parte. Somos humanos, y tenemos un corazón que siente. Pero como buenos cristianos, hagamos que esa manifestación de amor navideño renueve nuestra fe y fortalezca nuestra esperanza cristiana.
Esperanza que no es solamente esperar el día que vamos —Dios mediante— a encontrarnos de nuevo con estos familiares en el Cielo. Sino una actitud interior, que nos mueve a poner de nuevo la confianza en Cristo, a esperar contra toda desesperanza.
La esperanza que nos trae este pequeño Niño es que la muerte no tiene la última palabra. Por más que envejezcamos y luego llegue la muerte, la esperanza de vida, de la vida eterna, ha sido derramada en nuestros corazones, por la fe que se nos ha sido dada. Por ello, no nos dejemos vencer por la tristeza, compartamos realmente la alegría de la Navidad.
Pablo Perazzo
CatholicLink