Es importante iniciar compartiendo que la educación es aquella realidad por la que una persona puede llegar a ser mejor para su salvación y vida eterna. De manera sencilla y concreta, es aquella realidad que permite a una persona alcanzar la plenitud de sí misma y responder al llamado que el mismo Señor le ha hecho desde la eternidad: vivir a plenitud el Amor. Por tanto, es necesario comprender que la educación no es una realidad de utilidad, es la que permite a la persona humana ser mejor y, en mayor medida, la salvación de sus propios hijos.
La paternidad como vocación designada por Dios
Ahora bien, los padres son aquellos a los que Dios mismo les ha confiado la custodia y la gravísima responsabilidad de educar a sus hijos, es decir, de acompañarlos para que, a semejanza del amor de Cristo, vivan a plenitud su propia vocación y puedan llegar a la vida eterna. También, como nos lo enseña el Santo Padre Pio XI en la encíclica Divini Ilius Magistri, los padres tienen la vocación de educar a sus hijos, por tanto, es Dios mismo quien convoca a los padres de familia para que lleven a cabo lo que Él mismo ha querido para sus hijos.
Pero los padres no pueden llevar a cabo esta misión solos. El Señor mismo, al cargar su cruz, necesitó de Simón de Sirene para caminar, llegar hasta el Gólgota y a los tres días resucitar. Así mismo, para que los padres puedan llevar a plenitud la misión que se les ha encomendado, necesitan de dos amigos muy importantes¹ . Y estos, por cierto, deben ser subsidiarios de dicha misión puesto que los padres son los primeros y principales educadores de sus hijos. Esto es porque los padres son quienes cooperan con Dios en la creación de una nueva vida. Esto lo afirman categóricamente los documentos de la Iglesia cuando nos hablan de la educación y la escuela católica.
La Educación como un camino de vida cristiana
En el proceso que llevan los padres como primeros y principales educadores de sus hijos, no todo es color de rosa. Por eso es preciso volver al ejemplo del párrafo anterior cuando se expresa que a los tres días el Señor resucitó, pero no sin antes pasar por la pasión y la muerte. Cuando se habla de la pasión y la muerte son todas aquellas realidades que son complejas y difíciles por las que pueden pasar los padres y los hijos: separaciones, falta a los compromisos o a la propia misión encomendada; la muerte de uno de los padres; pérdidas de fe; fracturas en las relaciones; abusos de autoridad; entre otros. Por esto, para los padres como primeros educadores, es esencial tener un modelo y una comunidad que los aliente en el cumplimiento de su misión: Cristo y su Iglesia.
Cristo como el reconciliador, como signo de la reconciliación. Este el acto más grande de amor que una persona puede tener. Es el acto de mayor libertad que existe. La reconciliación abre las puertas de una vida nueva, de la esperanza, de la paz. Y en este proceso se da el reconocimiento de sí mismo y de los demás, la aceptación de la fragilidad y, por tanto, la entrega de la propia vida por el otro. Y la Iglesia como madre, como comunidad, como cuerpo. Pues es ella quien acoge, alienta, empuja y alimenta para permanecer fieles a la misión que el Señor les ha encomendado de llevar a los hijos nuevamente a Él.
La educación de los hijos no solo como derecho, sino responsabilidad de los padres
El rol de los padres en la educación es un rol que trasciende, es una vocación, un deber, un derecho y una gravísima responsabilidad. Ante todo, porque los padres cooperan en la misión creadora de Dios y, por supuesto, porque es un encargo que Él mismo hace. El rol de los padres ante la educación de los hijos no es opcional y tiene consecuencias graves cuando no se responde con compromiso y esfuerzo. Los padres están llamados a cooperar con la misión salvífica del Divino Maestro en la educación de sus hijos. ¡Es la cuestión de la vida eterna!
(1) Estos dos amigos son el estado, que tiene como fin de cuidar el bien común temporal y la Iglesia, que vela por la salvación de la persona humana.
Autor: Mg. Juan Fernando Rosas