La luz intensa del atardecer entraba por la ventana con un brillo que ofuscaba nuestra mirada. El astro rey mostraba una fuerza que, sabíamos, se ocultaría sin desaparecer durante el anochecer.
Esta realidad hermosa que la naturaleza nos ofrece diariamente me permitió introducirme en dos misterios que me parecen análogos, el del ser humano en su realidad de hijo y en el del ser humano en su realidad de padre o madre. En otras palabras, en lo que significa la misión de ser educadores de nuestros hijos.
Sin querer abrazar todo lo que puede significar esta misión, comenzaré diciendo que, como punto de partida, nunca debemos olvidar que nuestros hijos, al nacer, tienen por Gracia de Dios una naturaleza noble y una bondad natural.
Cuando van creciendo, haciéndose adultos, puede ocurrir algunas veces que, por diferentes circunstancias esa grandeza se esconda. Es importante también que sepamos que estas circunstancias no los define, ni anula lo que ellos realmente son, así como en el caso del sol al caer la noche.
Sin embargo, es precisamente, en estos momentos, donde se destacan la bulla del mundo, las ideas o modas del momento, o simplemente los altos y bajos que una adolescencia pueda traer, que nuestro papel de padres y custodios más debe aparecer.
Enseñarles a nuestros hijos la diferencia entre el bien y el mal es una labor que muchas veces puede ejercerse con matices diferentes. En algunos momentos es necesario ser firmes si las circunstancias a las que se exponen los coloca en serio peligro.
Siempre he dicho que no existen reglas preestablecidas de cómo actuar frente a estos desafíos porque nuestras posiciones varían dependiendo de cada hijo o del momento por el cual nosotros mismos estemos pasando, ya que todos cargamos un temperamento y una historia personal.
Por otro lado, cuando el amanecer de esos momentos finalmente llega ya sea porque las circunstancias fueron favorables llevando a nuestros hijos en formación a una elección libre (y quizás también sumada a los innumerables consejos y claro, a nuestras oraciones) vemos que va apareciendo lo más lindo de ellos, dejando que se vea lo que en el fondo realmente son.
Cuando esto sucede significa que ellos están madurando, siendo libres y autónomos, viviendo su propia vida acompañada muchas veces de gratitud hacia sus progenitores, porque saben y se sienten amados por nosotros.
Si en algún momento tenemos que pedirles perdón por algunos “métodos” exagerados, no dudemos en hacerlo, sin olvidar que es importante que nos perdonemos a nosotros mismos si nuestro mensaje no llegó de forma adecuada.
Yo creo que nuestra labor de custodios va a durar toda nuestra vida. No hay vacaciones, ni jubilación para la maternidad y la paternidad. Siempre he pensado que la mejor manera de ejercer esta misión es nunca justificando sus acciones equivocadas, expresándoles constantemente todo lo que nos preocupa como una forma de alertarlos. Al final son ellos los que deben decidir brillar…
Autor: Martha Palma Melena