Cuando hablamos de la crianza de nuestros hijos, es fundamental entender que el papel de la madre y el del padre son distintos y complementarios. Padre y madre aportan valores y perspectivas únicas que juegan un papel crucial en el desarrollo psicoafectivo del niño. Cada uno, como hombre y mujer, tienen características y formas de ser que enriquecen la formación de la personalidad de sus hijos.
Las diferencias del amor del padre y de la madre
El amor de una madre se percibe como un refugio, un lugar de seguridad en el que los niños pueden refugiarse cuando el mundo exterior parece demasiado desalentador. Este amor maternal tiene un fuerte componente emocional y físico, caracterizado por el contacto cercano y constante. No obstante, un exceso de amor maternal puede obstaculizar el crecimiento del niño, al protegerlo en exceso de los desafíos y las dificultades de la vida.
En contraposición, el amor de un padre es igualmente esencial, pero se expresa de manera diferente. A menudo, el amor paterno es menos expresivo físicamente, pero igualmente afectuoso y necesario para el crecimiento y desarrollo del niño. Los padres aportan una perspectiva más desafiante y orientada al mundo exterior. Su amor puede parecer más "espiritual" y exigente, preparando a los niños para enfrentar y superar los retos que la vida les planteará. No obstante, es importante que el padre evite caer en la tiranía y que la madre aporte el equilibrio con su amor acogedor.
Juntos forman “una sola carne”
Además del amor maternal y paternal, otro aspecto importante en la vida de un niño es el amor conyugal que se desarrolla entre los padres. Este amor es un indicador de la estabilidad del hogar y puede determinar la calidad de las relaciones afectivas que el niño establecerá en su vida. Este amor requiere de ciertos factores para ser efectivo y beneficiar al niño.
Primero, los padres deben estar comprometidos a largo plazo con su relación, preferiblemente en un matrimonio estable que no vea el divorcio como una opción ante los problemas. Este compromiso permite a los niños crecer en un ambiente emocionalmente estable y seguro.
Segundo, la relación debe tener una baja tasa de conflictos. Los desacuerdos y las discusiones son naturales, pero es importante que predominen las interacciones positivas.
En tercer lugar, los padres deben priorizar su relación como cónyuges, incluso por encima de sus hijos. Este equilibrio asegura que los niños crezcan en un ambiente donde la relación entre los padres es fuerte y estable.
Además, las relaciones con la familia extendida, como abuelos, tíos y primos, son esenciales para el bienestar de los niños. Estas relaciones brindan una red de apoyo emocional adicional y les permiten a los niños aprender y desarrollarse a través de interacciones con una variedad de personas.
Finalmente, los padres deben tener objetivos comunes en la educación de sus hijos. Cuando los padres están en sintonía con respecto a lo que esperan de sus hijos y cómo deben ser criados, los niños pueden crecer con seguridad y claridad.
Los niños “todopoderosos”
Muchas veces, los niños pueden sentir que tienen un control omnipotente sobre los estados de ánimo de sus padres. Cuando dicen sus primeras palabras, sus padres se emocionan hasta las lágrimas: cuando se enferman, sus padres se preocupan. Esta percepción puede ser tanto positiva como negativa. Por un lado, los niños pueden sentirse poderosos y valorados. Pero, por otro lado, pueden sentirse culpables y responsables de los conflictos y problemas que surgen entre los padres.
Los niños pueden asumir la culpa cuando los padres pelean, independientemente del motivo del desacuerdo. Esto puede resultar en una carga emocional significativa para el niño, y puede agravarse si los padres deciden separarse o divorciarse. Para los niños, una separación o un divorcio pueden ser percibidos como su culpa, debido a su sentido de omnipotencia. En tales casos, los niños pueden cambiar su comportamiento o su rendimiento escolar puede disminuir, en un intento de recapturar la atención de sus padres y restaurar la armonía en la familia.
¿Qué pasa cuando solo está la madre?
Un tema que no quiero dejar de aludir es el de las madres solteras... Aunque las madres solteras enfrentan desafíos únicos en la crianza de sus hijos, pueden superar estos obstáculos y criar a sus hijos con éxito. Una estrategia para estas madres es buscar una figura masculina de confianza en la familia, como un abuelo, un tío o un hermano, que pueda proporcionar el equilibrio necesario al amor maternal.
Además, es importante para las madres solteras comunicar a sus hijos que, aunque su padre pueda estar ausente, él sigue siendo una parte importante de su vida. Es beneficioso para el bienestar emocional del niño no hablar mal del padre ausente, y en su lugar, enfocarse en los aspectos positivos de su padre.
Cuando el niño llega a la adolescencia, un hombre de confianza ya sea un familiar o un mentor, debería asumir un papel paternal y desempeñar un papel importante en el crecimiento y desarrollo del niño. Esta figura paterna debería ser tanto un modelo a seguir como alguien que establece altas expectativas para el niño, alentándolo a esforzarse y superarse.
En resumen, el amor maternal y paternal son fundamentales en la vida de un niño. Cada uno aporta un conjunto único de beneficios y desafíos, y juntos, forman un equilibrio que ayuda a los niños a crecer y desarrollarse de manera saludable. La presencia de un amor conyugal sólido y estable también es esencial para el bienestar de los niños. Por último, aunque los niños pueden sentirse omnipotentes y asumir la responsabilidad de los conflictos familiares, es importante que los padres manejen estos problemas de manera cuidadosa y consciente. Y en el caso de las madres solteras, existen estrategias que pueden emplear para asegurar el crecimiento saludable de sus hijos.
(Este artículo es un resumen escrito por Andrés D´Angelo, del capítulo V de su próximo libro “Educar es inspirar”, que está a punto de ser publicado)