Quiero compartir algunas reflexiones sobre el amor matrimonial. Que soy honesto, por un lado, me preocupan, pero por otro lado, me alientan a esforzarme cada vez más para que los cónyuges descubran en el amor de Cristo, la «Roca firme» (cfr. Salmo 118, 22) que les permita la fidelidad hasta la muerte.
Efectivamente, lo primero en la vida matrimonial debe ser el amor de Dios, luego, cuanto más compartan y vivan ese amor, uno por el otro, más felices podrán ser. El amor a Dios tiene que estar antes que el amor hacia el cónyuge. El «amar a Dios sobre todas las cosas» (cfr. Marcos 12, 28-34), obviamente, también se aplica a los matrimonios.
1. Acta de divorcio permitida por Moisés
Los Fariseos le increpan a Jesús, en el Evangelio según Mateo 19, 1-9: «(…) ¿Puede uno repudiar a su mujer por un motivo cualquiera? (…) ¿Por qué entonces prescribió Moisés dar acta de divorcio y repudiarla?». La misma pregunta plantean muchísimas parejas actuales a la Iglesia.
Si recordamos la exhortación apostólica «Amoris Laetitia», de SS. papa Francisco —que se publicó hace poco tiempo— nos percatamos lo delicado que es este tema. No solamente para los que no son muy «simpatizantes» de la Iglesia, sino para muchos que se consideran fieles a ella.
En este artículo no pretendo desarrollar la teología y fundamento que está en la base de la indisolubilidad matrimonial, sino dar algunas pinceladas fundamentales para los que sí desean y se esfuerzan diariamente, para no permitir que su amor matrimonial muera con el paso del tiempo. La Iglesia apuesta firmemente por la fidelidad incondicional, y así responde Jesús a la pregunta «tramposa» de los fariseos.
En ese mismo pasaje de Mateo, Jesús dice: ¿No habéis leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y hembra? Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre.
Y luego, les respondió porque Moisés concede el repudio: «A causa de vuestra cerrazón de mente». Pero deja claro que «al principio no fue así». Y termina diciendo: «Pues bien, os digo que quien repudie a su mujer y se case con otra comete adulterio».
2. La vida nueva en Cristo
La fidelidad hasta la muerte, por supuesto no es para nada fácil. Los problemas y obstáculos por los que los cónyuges tienen que atravesar a lo largo del matrimonio son muchos y de distintas gravedades. Problemas que ambos enfrentan como pareja, con los hijos y entre ellos mismos.
Tampoco es el momento para hacer un desarrollo del tipo de problemas que enfrenta una pareja, pero quiero terminar este párrafo con la siguiente pregunta: ¿De dónde vienen tantos problemas, dificultades o sufrimientos?
La respuesta es clara: el pecado. Obviamente, hay causas más directas. Falta de dinero, enfermedades, infidelidades, etc. Pero, al final, la causa última recae sobre el pecado. Por ello, si un matrimonio quiere vivir la fidelidad, enfrentado los problemas innumerables a lo largo de la vida, necesita tener una vida de relación con Cristo.
Por la simple razón —aunque pueda sonar a cliché— que solamente Cristo nos permite superar y vencer el pecado. Todos los esfuerzos humanos son en vano si no tenemos a Dios. Si eso es así a nivel personal, cuánto más lo será a nivel matrimonial, donde se implican las relaciones entre dos personas, lo que hace más difícil reconciliar y perdonar.
El pasaje de las Bodas de Caná (cfr. Juan 2) retrata esto que les digo muy bien. El vino, que es siempre la alegría de la fiesta, se había acabado. Las fiestas de boda en esa época duraban días, y obviamente, sería un desastre que se acabara el vino en plenos festejos.
María se da cuenta, y le pide a su Hijo que arregle el asunto. Jesús le responde: «Todavía no ha llegado mi hora», lo cual es interesante pues, si nos fijamos en el origen griego de las palabras y la misma expresión, equivale al momento de su muerte en la cruz.
Es así como Jesús convierte seis tinajas de agua, que era usada para lavar los platos, (lo cual hace referencia a la suciedad de nuestro pecado) y la convierte en vino. Que sería luego, en la «hora» adecuada —al final de su vida— transformada en su misma sangre, que nos salvaría del pecado, y que en esa fiesta, ya era una prefiguración de dicha Salvación.
Así que, si no fuese por Jesús —y vale resaltar, la reverencia y preocupación de su Madre— el Matrimonio fracasaría. No tendría ese vino que brinda la alegría. Debido al pecado, no solamente cada uno es incapaz de vencer a la muerte, sino que los matrimonios difícilmente podrán vivir la fidelidad.
Así que, gracias a la victoria de Cristo en la Cruz, tenemos una vida nueva, nos hace hombres nuevos. En Él, somos una nueva criatura. Somos hijos del Padre. Esta condición que es algo real, algo que ya lo vivimos —y luego en la vida eterna, será aún más plena— nos permite la misma fidelidad de Cristo por la Iglesia.
Lo dice y exhorta san Pablo, en carta a los Efesios, capítulo cinco. Cuando compara el amor matrimonial como el amor de Cristo por la Iglesia. Ese es el amor que permite la fidelidad.
3. Una mirada positiva
No miremos esa fidelidad como una lucha contra nuestros pecados e inconsistencias (lo cual no deja de serlo), sino la búsqueda por no perder nuestra nueva condición: ser «otro Cristo» (cfr. 1Juan 3, 2). Lo pongo en estos términos pues, en el mundo actual que vivimos, el esfuerzo por ser cristianos aparece como una restricción de nuestra libertad, como si la obediencia a Dios fuese una imposición.
Cuando en realidad, es todo lo contrario. Seguir a Cristo como persona y como matrimonio, es un camino hacia la felicidad. La libertad implica la verdad. Y sabemos que Cristo es: «El Camino, la Verdad y la Vida» (cfr. Juan 14, 6).
Optar por la luz nos realiza y trae felicidad. Si seguimos las mentiras del mundo y los caprichos de nuestro corazón, dañado por el pecado, nos vamos esclavizando al mal. Es como querer cruzar la calle con los ojos cerrados.
Entonces, si nos entendemos hasta aquí, está claro que nuestra santidad, así como la fidelidad matrimonial, solo es posible mediante la gracia de Cristo. Mediante el Espíritu Santo. Somos templos del Espíritu, y se trata de ser fieles al llamado que nos hace Dios a ser santos, a ser otro Cristo.
No lo veamos como algo imposible. Para Dios no hay imposibles. Por eso, los cónyuges que quieran ser felices hasta que la muerte los separe, vivan una relación de amor a Cristo cotidiana, y que ese amor sea el vínculo de su amor matrimonial.
Conclusión
En la práctica cotidiana, ¿cómo lo vivimos de modo concreto? Te sugiero algunas formas: primero, la vida sacramental (que es el canal ordinario de recepción de la gracia de Dios). La oración, sin la cual no podemos establecer una relación de amistad con Cristo. El cristiano que no reza sencillamente no puede ser cristiano.
La piedad que podemos fomentar con el rezo del Rosario o una visita al Santísimo, que convierte nuestro corazón de piedra, en un corazón de carne, permitiendo que el amor de Dios vaya inundando nuestra vida con su felicidad. La lectura de las Sagradas Escrituras, que nos permiten conocer y vivir de acuerdo con las palabras y obras del Señor.
Así como la vivencia de la caridad. Considerando, como primera obra de caridad, el anuncio de la buena nueva de Cristo a todos aquellos que conocemos.
FUENTE: Catholic link